viernes, 23 de julio de 2021

Parte de una historia

Me envía Ramón Herar un recorte de un periódico (de La Prensa), de 1922. Un reportaje, firmado por L. R., a una señora que vivía de las limosnas, de 107 años.  Copio la parte en que doña Isabel Albertos habla de Cabeza de Perro. Aunque merece copiarlo todo, con párrafos como este:

En la plaza Real no había más venta que la de don Vicente Galván, y todavía me parece estar viendo a los presos, casi desnudos, levantando los ladrillos pa gobernar la plaza.

Pero de las cosas que tengo vistas en Santa Cruz, nada se me quedó tan grabado en la memoria como la muerte de Cabeza de Perro.

Cabeza de Perro, como ustedes habrán oído decir, fue un pirata de los más terribles que han conocido los mares. Dicen también que había matado mucha gente en La Habana, y que tenía un hijo de tan malos instintos que hacía pasteles con la carne de los infelices que el padre asesinaba.

Un día apareció un bergantín por estas playas y, apenas empezaron a desembarcar los pasajeros, llamóle  la atención a alguien la mala catadura de un individuo que traía un paraguas encarnado y una jaula con una cotorra, y como tenía la cabeza muy grande, a alguien se le ocurrió decir que aquel era Cabeza de Perro. Empezó a arremolinarse la gente, a gritar y a bailotearle delante los chicos, y como si la mano de Dios lo viniera señalando, el indiano del loro resultó ser el pirata que buscaba la justicia. Y aquel mismo día Cabeza de Perro quedaba preso.

Pues, ¡quién me lo había de decir! Venía yo un día de Barranco Hondo cuando me anunciaron que iban a matar a Cabeza Perro. Llevaronme a misa a Paso Alto, donde lo tenían en capilla, y a poco de terminar la ceremonia, sentí unos tambores y vi que la gente corría por la carretera diciendo: "Ya van a ajusticiar a Cabeza Perro". Acerquéme para conocer al cuitado, y vime a un hombre viejo, de nariz chata y ojos hundidos, que lo llevaban entre bayonetas, y a su lado dos curas, uno con un Santo Cristo en las manos y otro hablándole en voz baja, como si le pidiera cuenta de sus malas acciones.

Seguí con el tropel de gente y así llegamos a la Concepción. Abrieron la puerta grande a ver si el reo quería coger Iglesia, y no quiso. Entonces en medio del silencio de todos, oyóse la voz del reo que decía a grandes gritos, pa que todos lo oyeran:

--Madres que tenéis hijos: escarmentad en mí: que yo he matado la tripulación de un barco. Con un machete que tenía me puse una noche en la escotilla, y según iban subiendo les iba cortando la cabeza y arrojándolos al mar. Salió después una madre con una hija, y las tiré también a la mar. Entonces, oí la voz de la niña que decía: "¡Upa, mamá; no me bañes en tanta agua!"

--Basta, basta --dijeron los confesores. Y siguió adelante la comitiva, y al llegar a la ermita de San Telmo, volvió Cabeza Perro a repetir la misma plática de la Iglesia. 

Por último, llegamos a la Molineta, por detrás del cuartel de San Carlos, donde le tenían preparado el cadalso. Las gentes, unas en camellos y otras a pie, apenas se atrevían a levantar la vista. Un nudo se nos puso a todos en la garganta.

De pronto vi que al reo lo acercaban a un palo y le presentaban una bandeja, de la que tomó un cigarro. Después, con la mayor tranquilidad del mundo, sentóse virado pa la gente; hiciéronle señas de que se volviera pa la tabla, y así que se fue retorciendo oyéronse cuatro tiros y viósele doblar la cabeza, mientras decían los soldados: "¡Ande usted, ande usted!". Y como había tanta muchedumbre de hombres y camellos, las gentes caíanse a montones. No quiero acordarme de los sustos que pasé aquel día. Aún me parece estar viendo al ajusticiado, y todavía pienso en las lágrimas que derramé aquel día cuando oí la confesión del criminal: "¡Upa, mamá; no me bañes en tanta agua!"



No hay comentarios: