viernes, 27 de noviembre de 2020

claro de lluvia

 Bajé de madrugada al cajero. Se portó bien. Crucé por una plancha metálica un hondo socavón en la avenida Venezuela, en obras. En la calle de los bares, todos abiertos. En uno un zumo de naranja, viendo en la tele la Casa Naranja, con gente acercándose de rodillas, como los mexicanos cuando van a pedir a Santa Muerte. En otro pedí una tapa de tortilla. No muy buena. Seca, mal hecha. En un tercero pedí un café, aceptable. Luego subí la empinada cuesta de dos calles hasta llegar a la boca de la calle el Tanque. Sí, la entrada a la calle está donde el kiosco de Vicenta, el Carrito lo llaman los negociantes callejeros. El objeto, el carrito, ha desaparecido. Pero aquí sigue conservando el nombre. 

Dormí un par de horas. Me despertó el móvil. Sita me avisa que está saliendo de Los Cristianos. Me da tiempo de asearme y esperarla en Ibrahim. Jorge, bombero jubilado, el hombre de los seis mil al mes menos un euro, ha metido 150 en la máquina. Nicolás cuenta que ganó 80 y le dijo que se retirara, así solo perdía 20. Como decirle no vueles a un pájaro. La desenchufó, para evitar que otro jugara, y bajó al cajero.

Volvió pronto. Con 600 euros. No vi el resto de la película. Llegó a la plaza Sita, con Isa. Dos bellezas en el mismo vehículo. Hablamos de lo que quieren de mí. Eso por lo pronto lo callo. Cuando una cosa quieres que salga bien, no es bueno darle publicidad; vender el oso antes de cazarlo. Isa fue como la musa para un poeta. Ella tiene la semilla y la tierra de la inspiración. Cada palabra suya lo abarca todo.

Pasamos a recoger a Ramón y fuimos a la antes Las Moneditas. Hoy se llama Finas Hierbas. Buena comida. El vino tenía que haberlo pedido mejor pero no quise ser abusador. Sólo yo pedí vino. Cuando me acercaron al barrio, hasta la puerta de mi calle, al llegar a casa caí rendido en el sillón. Dormí tres horas. Me levanté pesado y ya oscurecido fui a Ibrahim. Jorge desolado. Había perdido los 600 euros. La máquina apagada.

--¿Tú estás aquí mañana por la mañana, Jesús, para que me ayudes a jugar? Nicolás me dejó colgado hoy y se fue, y yo me equivoco con los botones...

Vuelvo a casa. Noche cerrada, y clara y limpia. Desde su ventana de vigía, Nicolás me cuenta con detalles la desventura de Jorge. Hablamos del tiempo y nos recogemos. Miro el dossier de Sita. Cada página me habla. Y yo escribo lo que me dice cada uno. Son como letras del hebreo. Son como cartas del Tarot. 

Me hizo gracia en la comida que me dijeran que Ignacio (el escritor de Charco del Pino) está convencido que Pamela, su compatriota de esa patria chica, su colega en el oficio de escribir, es un invento mío. Buena señal de que he sabido construir el invento. Pamela. La realidad me la dicta. Ella sigue hablándome, ahora con el pensamiento. La oigo.

Y Ana María, muy bella en su nueva portada en fb. La verdad es belleza y la belleza es verdad (recordé esto que oí decir a Isadora, cuando vi la pelí, cuántos años ya, en el cine Greco.

Yo también soy un invento de estas dos escritoras. Nos pasamos la vida inventándonos unos a otros. Como nos inventamos en los sueños. Hasta que despertamos y vemos... que sólo lo soñado es real.

No hay comentarios: