lunes, 16 de noviembre de 2020

 Tener una lectora justifica este pasatiempo de escribir aquí. La tengo. Si tuviera dos ya sería más que un milagro, sería una maravilla. No sé por qué suelo seducir con la escritura. Una mujer judía que conocí en badoo, hace tiempo, me dijo que yo no parecía el mismo que el que escribía. Tenía razón. En ese tiempo era mucho más propenso a oír que a hablar.. Ahora tengo más equilibrada las dos opciones. Me atrae oír, si el hablante no es un manido pesado, y también hablar. Me suelto más en las conversaciones con la gente, menos si siento impulsos de la líbido. Me regresan a la timidez original. Pero la estoy venciendo. Estoy más suelto cuando hablo con las vecinas. Toda mujer tiene su encanto y no hay ninguna que no me despierte el ensueño. Lástima que quien más se insinúa con la sonrisa y la mirada esté casada. La posibilidad de un encuentro a solas es 0´5 entre un millón. 

Otra mujer que seduje con la escritura y que cuando me conoció... Bueno, de esto mejor no hablar. Al buen callar lo llaman Chito.

Ahora me preocupa más una batalla contra... Bueno, tampoco de esto conviene hablar. Basta que digas en alto lo que te propones, para que pierda fuerza el propósito, y me interesa que no pierda fuerza. Me va mucho en ello.

Y además hacer literatura mirándose uno a sí mismo, si te excedes puedes resultar un plomo, un plomizo ser que no sabe ser una partícula de polvo en el polvo. El egocentrismo está bien pero para uno mismo. No para convertirte en el protagonista del cuento, a no ser que hayas sido un canalla o un santo.

Podría contar el interés con Nicolás por las plantitas que están creciendo en la tierra de afuera. Podría. La luna empieza a crecer. Afuera la noche invita a verla.

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