sábado, 21 de noviembre de 2020

sigo soñando

 Dos mujeres. A y B. A me besaba después de unos tímidos cortejos, pero también decididos. Su boca tenía sabor, salud y entereza. B, celosa, también decidió besarme. Su boca era insípida. Como la conocía de más tiempo decidió atraparme y que me fuese con ella. A no se puso celosa y se despidió deseando verme de nuevo otro día. B me llevó a una casa, comunal, de antiguos hippis ya desilusionados del amor y las flores, pero sobreviviendo con amor plástico y flores artificiales. Comencé a mordisquearle las nalgas y la espalda, y sentí que no sentí gran cosa. Le comí el coño y gotas de orina me desagradaron, pero tampoco sabían a nada. Ella me comió la polla, apenas unos bocados, y se levantó como si ya hubiésemos cumplido. Busqué la ropa para vestirme. Con los zapatos tuve problemas,y por una vez me puse, pie derecho, uno que no era mío. Me costaba encontrar los míos. B me alncazó un zapato, sin percibir que ese tampoco era mío. Mientras encontraba el mío que me faltaba, apareció Wang por allí. Indagó quién había sido la pareja. No le contesté. B apareció desnuda de cintura para arriba. Wang le manoseó las tetas. Eso me fue insoportable. Lo amenacé con la punta de un paraguas, apena se lo hundí malamente en un hombro. En la siguiente escena, como si se lo hubiera clavado. Estaba herido y se le había puesto la piel negra, los ojos no los podía abrir. Los párpados negros se le pegaban uno al otro, un ojo y el otro ojo. Al carajo Wang y los habitantes de esa casa. B se hizo la remolona para salir. (Wang apareció de nuevo, ya restablecido, y con la misma vara del paraguas le quitaba yo una cabeza y luego otra, como si nada, todas las cabezas eran artificiales. Lo dejé por imposible, poco menos que escupiéndole a la cara artificial, plástica y falsa. Saqué casi a la fuerza a B de aquella casa, sin despedirme de sus habitantes. Quiso  no coger la guagua, pero también la obligué. Llegamos a San Andrés. Paramos en el bar Castillo, atestado de gente el pequeño recinto. Cristo le tocó el culo, como si fuera algo normal. Cristo es más fuerte que yo pero le paré los pies con palabras secas. Junto a la máquina, en un mueble de gavetas, abrí una y rebusque en el desorden, porque allí dentro guardaba la medicina. Mientras caminaba a casa de mi padre, este me llamó al móvil --dónde está Nebo. --Había ido y salido de su casa, dijo--. La vi. A B. /Nebo es una antigua amiga, ya desaparecida, no tiene na que ver con B. B me afeó que la llevara a casa de mi padre. No lo vimos en la casa. Hubo bronca verbal. No le dije lo que me había dicho su anterior novio... (Nos perseguía un grupo de jovenzuelos y los alejé solo con la fuerza de la voluntad), habló desde una cabina con su hijo, que no quería hablar con ella... desperté. 

*

He escrito el sueño de corrido, nada más despertar. Ahora reflexiono y recuerdo algún detalle que se me escapó. Antes de mordisquear las nalga de A y etc, cuando entramos en la habitación de aquella casa había una pareja en un sofá, cubierta casi del todo con mantas, al lado una cama vacía. El hombre acostado en el sofá, dueño de la casa, nos dijo que podíamos follar en la cama. No me gustó tener testigos, pero al parecer pasé por alto ese contratiempo.

No sé si tiene que ver con el sueño el rato ayer en el bar Aurora. Ya el otro día, cuando estuve con Kolia, los camareros se pusieron bobos con la mascarilla. Aunque estuviéramos ya sentados en los taburetes, nos conminaron a que nos pusiéramos el trapo, por imperativo legal, hasta que nos pusieran el vino en la barra. Kolia dijo que no volvería más por el Aurora. Yo debí de hacer lo mismo. No me gusta un trato confianzudo con camareros que nos son amigos ni colegas, pero tampoco un trato desdeñoso, como que le pongan a uno el plato con la arepa dando un golpe innecesario sobre la barra. Eso sí, la arepa estaba buena y pedí otra, y mientras la hacía jugué diez euros en la máquina y salí perdiendo. Lo de Cristo en el sueño, en el bar Castillo, con el mueble de gavetas junto a la máquina, quizá fuera porque guardo en la memoria la noche en que Cristo destrozó a puñetazos la tragaperras porque se negaba a darle un premio potable.

*Eduardo me dijo que mañana domingo sale en El Perseguidor, Diario de Avisos, lo que escribí sobre La pesadilla que se muerde la cola. de Ana Beltrán. A Ana María la amo pero eso no me impide ser crítico con su obra, que me interesa bastante también, diga lo que diga su ex amiga Pamela sobre sentirse estafada y otras vainas pardelescas.

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