domingo, 5 de mayo de 2019

Me dice mi amiga virtual que soy un escritor con suerte. ¿Cómo serán los de mala suerte? Se discute mucho sobre el éxito. Yo tengo muy poco. Las novelas publicadas están encajonadas. O no aportaron nada o no han tenido suficiente publicidad. Y las que tengo en borrador, no tienen editor. Menos mal que tengo éxito. Por lo menos no tengo que estar poniendo sonrisa de vencedor de feria en feria.

Y todo eso me lo dijo esperando yo la guagua. No pasó. No pasaba ninguna por la calle Miraflores a esa hora. Cada vez que nombro Miraflores me acuerdo de Bárbara. Un amor de adolescencia. Francesa. Parecía una emperatriz cuando llevaba a un cliente detrás. 500 pesetas costaba la media hora. Me armé de voluntad y me propuse reunir esas quinientas pesetas. Pude hacerlo. Lo que vino después no lo cuento.

Por la parada pasó el mexicano en coche negro. Paró para saludarme. Lo acompañaban su mujer y su hija. No momento para tratar de negocios. Luego pasó mi amigo Cristian. Rato de charla hasta la plaza Weyler. Y en el club de lecturas, las intelectuales corriéndose con El siglo de las luces. ¡Qué música! ¡Qué verbo! La música que le atrae soberanamente a cierto tipo de mujeres. Tengo que preguntarle a Africa qué le pareció. Es de las que no ha dicho nada en wasap sobre la barroca novela.

La vieja que, en mi calle, espera todas las tardes al viejo con bastón de palo blanco, es curandera. Su especialidad: levantar el ánimo. Lo he comprobado. Estoy asombrado.

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