viernes, 31 de mayo de 2019

anoche la vi en la guagua. Llegó a la parada, doce de la noche, y habló con una mujer que suele coger allí, en esa parada, la guagua a esa hora. Le dijo que ya tenían una sustituta. Que iba a dejar de trabajar. Luego con el chófer habló todo el trayecto. Contó que otro chófer de Titsa le mandaba mensajes. Tuvo que cortarlo, decirle que ella prefería a los malvados, los hombres buenos no le apetecían. Hoy por la tarde bajando a la ciudad, por el puente del manicomio, la volví a ver. Desgarbada. Ostentosamente teñida color manzanilla, pelo a lo paje, caminar guerrero. Como si bailara en medio de todas las caóticas desgracias. No me inspira amor. Me inspira ganas de pintarla.
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No fui a la exposición guiada de María Jesús. Ese día había Club de Lectura. África y última discusión sobre el libro de Carpentier. Por las fotos que puso María Jesús en Facebook, vi a la mujer con la que ya prescribió la orden de alejamiento. Me hubiera gustado verla de cerca. Saber si me sigue odiando o ya cambió de sintonía. Bach. Música de Bach. En la foto estaba muy guapa, y es una mujer muy inteligente.
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Por casualidad me salta a la pantalla una película sobre Modigliani. Hoy una dama por la que siento admiración y amor me pregunta si le hago un retrato. ¿Hace falta que diga la respuesta? Una vez Jérez, el que ahora publica en la última página de El Día, habló de su deseo de encontrar a un mal buen escritor. Desde entonces soy lector de Jerez. No estaría mal ser un mal buen pintor. Un pintor malo pero interesante. Otra opción no tengo. Espero que la modelo, la señora que me despierta hasta ternura si hace falta, comprenda mi arte. Temores tengo.

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Antes de ver a la mujer de anoche en el puente, vi a la caribeña de la santería. Pelos de alambres enredados en un peinado que no sé cómo. Toda vestida de blanco, con borlas blancas y calcetines blancos y la mochila blanca, y colgando de la mochila un pato amarillo y no sé qué de un color que no sé definir.

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