lunes, 10 de agosto de 2020

Escribir a escondidas no es lo mismo que escribir en público, aunque uno lo esté haciendo como si escribiera a escondidas. Pero la posible pureza de lo que escribes a solas, en cierto modo se pierde cuando lo escribes con lectores mirando, o que ven lo que escribes apenas lo has escrito. Como sucede aquí, en este lugar. Y se acrecienta esa dificultad, esa falsa de pureza, cuando hablas de alguien que también es lector. Que yo sepa, esto tiene varios lectores y los que conozco son amigos.
La amistad es un asunto delicado. Implica oír al otro como se oye uno a sí mismo. Malinterpretar las palabras del otro es, si no perderla, alejar la amistad. Interpretar por ejemplo que yo voy a tener una cita con otra persona, cuando en ningún momento he mencionado ninguna cita, porque no la hay. El otro, la otra, no sólo da por hecho que esa cita va a existir, sino que interviene cuando no debería intervenir. Y además de un modo pueril, vistiéndote como si fueras su muñeco preferido. Y además, si percibe que ha hablado de más, se defiende con que lo hizo con buenas intenciones. Otra piedra para los caminos sin corazón. El respeto se puede tener o no tener, no es obligatorio, pero afecto sin respeto es una indecencia.

En fin, pasar página. Y saber cuándo debe uno o no plantar margaritas.

Ayer estuve en la librería, por la tarde. Está en horario de verano. Me interesa la autora como persona, como animal, como ser vivo y habitable, aunque sé la dificultad principal. Yo no soy un buen habitante. No sé cuidar lo que amo. Por eso prefiero no amar, y si amo, por lo menos guardar las distancias. Ese es el respeto que le puedo ofrecer al amigo, a la amiga. En la amistad con el amigo, en mi caso, intervienen Apolo y Dionisio. No juntos sino cada uno en su tiempo. Hay un tiempo para la fiesta y un tiempo para el trabajo. Con las amigas intervienen también otros dioses.

Mi intención hoy es encontrar ese libro de los sueños de Ana María. No encontrarla a ella. O mejor dicho, encontrarla a ella en su obra, nada más, y nada menos. Su estilo en la novela Mujeres malditas es elegante y sutil. Y la novela está muy bien construida, personajes y episodios. Así y todo sospecho --una sospecha fundada porque sueños ya ha publicado en fb-- que con Pesadillas que se muerden la cola despertaré...
O como lo expresó José Hernández en Martín Fierro:

Viene uno como dormido
Cuando vuelve del desierto --
Veré si a esplicarme acierto
Entre gente tan bizarra
Y si al sentir la guitarra
De mi sueño me despierto.

Historias de guitarras podría narrar varias. En Barrio chino hay una. En mi lectura --yo también soy  un lector que reinterpreta-- esa guitarra es el libro que hoy, si dios quiere, iré a buscar.

A esa estrofa en la obra de José Hernández, la antecede esta otra:

Atención pido al silencio
Y silencio a la atención --
Que voy en esta ocasión
Si me ayuda la memoria
A mostrarles que a mi historia
Le faltaba lo mejor.

No hay comentarios: