miércoles, 19 de agosto de 2020

Soñé que conocí por fin fisicamente a la dama del sur, la señora de la sombra del cerezo en flor. La conocí biblicamente. En San Andrés. La casa de San Andrés en obras y mi padre, paz descanse, dirigiendo las obras y consintiendo en cierto modo el acto secreto, que esta vez no fue frustrado --como en otros sueños--. Hoy está en la realidad desaparecida. Seguramente el enfado de mujer que se siente injustamente tratada. Puede que sea así. Escribo más de la cuenta y es raro no meter la pata de vez en cuando. Los dos metimos la pata, supongo, pero no sé si esto tiene que ver con el sueño de anoche. Claro que tiene que ver. La distancia es un acicate para la curiosidad. De todos modos, si desapareció, y no está holifiando estos escritos, podrá concentrarse mejor en la lectura de El marino que perdió la gracia del mar y Mujeres malditas.

A ver si mañana paso por Librería de Mujeres y ya está allí la otra obra de Ana María: Pesadilla que se muerde la cola. 

Tengo más cosas que contar. Tienen interés. Pero me vence el sueño y a ver si esta noche duermo como dios manda. Y mañana bajo temprano a Santa Cruz.

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