miércoles, 5 de agosto de 2020

Regreso aquí. Quien se va, termina regresando. El emérito no sé. A mí, como me condenaron a ir contracorriente, no me caía bien cuando lo tenían por un héroe. Ahora que dicen que es un villano, empieza a caerme bien, pero sin tirar cohetes. ¿Qué hizo? Nada que yo pueda reprocharle. Ahora a los que tengo entre ojos son a los que quieren hacer leña del árbol caído, pero no demasiado tampoco, sólo un poquito, un poquito nada más.

Veo que Pamela me ha echado de menos. Encontró un rascador, a raíz de que le picó la espalda una araña, y se pregunta qué coplas habría yo hecho con motivo del rascador de madera. En forma de mano. Buf, poco me atrevo. Me acuerdo de una película de uno que llevaba toda una vida sin hablarse con la mujer, pero todas las noches se rascaban las espaldas. Cosas de películas.

Ayer estuve en el Sur. Fui con Ramón y Alvarito. Alvarito preocupado porque una rumana del Puerto le hizo (sospecha él) brujería burundanga, y Ramón preocupado porque la moto eléctrica que cargamos en la berlingo de Alvarito quedase bien sujeta para que no sufriera rozaduras ni golpes.

Llega el vecino Nicolás. A preguntarme qué tal me fue hoy por La Orotava. Se enrolla hablando de política. Lo que me faltaba. Pensaba decir algo de Mujeres malditas, novela de Ana María Beltrán García. Otro día. Lo dejo aquí. Ahora toca oír los vídeos que le mandaron a Nicolás al móvil. Y al rato

--venga, tú --y se va a su casa. Y yo a comprar cigarros a Ibrahim. Fumo más de la cuenta. Esto no puede ser.


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