domingo, 9 de agosto de 2020

Tres sueños pornográficos. Crudos como una escena de Sade, pero sin sadismo. Pura lujuria, pura lascivia en Namibia. Mujeres por las que siento afecto en la realidad, en los sueños me han visitado como Mesalinas desbocadas. Y yo desbocado. Y en todos los sueños una cierta y complicada dificultad para llegar a la compenetración absoluta. Una veces por el enclave social, las circunstancias adversas de prójimos enemigos.

 En la realidad la adversidad es mantener esa obra inédita que es un peso. Los poemas y la narrativa. Se está convirtiendo este asunto de corregir y corregir (siempre hay algo que falta o que sobra) una condena. Estoy como en una galera, y la casa se me ha convertido en ese barco donde estoy prisionero. Si no me sacan, no salgo. El día que fui con Ramón al Sur, y el día que fui a La Orotava. Pero por mi propia voluntad no voy más lejos que de aquí a Ibrahim. Además para entrar en lo inédito recurro a la blanca. El síndrome de Elías el negro. Necesitaba meterse para cumplir su trabajo de negro. Ahora me estaba pasando lo mismo, con la agravante de que no trabajo por necesidad sino por orgullo y no para nadie.
*

Mañana si dios quiere le llevaré El negro a Ana María, a la librería de mujeres. Conozco más su obra que a ella misma. Me encandilan su figura y su literatura. 

Procuro no enamorarme. ¿Por qué? Porque va a ser imposible. Y ya estoy agrietado para emprender hazañas imposibles.

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