martes, 13 de agosto de 2019

a Pepe Varos

Pepe:

Que dios quiera que cuando leas esto estés bien de ánimo, de salud y demás. Ayer recibí tu libro. Estaba echado en el sillón, como un lirón. Llamaron a la puerta, fuertes golpes. El postigo de la ventana estaba cerrado y no vi quién era. Era un cartero. Llamó de nuevo. Música de tambor de guerra. Me levanté y abrí. Recogí el sobre de plástico, lo boté y me quedé con el sobre de papel resistente.

Ya desde la noche en Los Cristianos, el día de la presentación, estuve a punto de discutir sobre tu decisión sobre los (algunos) nombres. No poner los reales sino otros fingidos. Es un dilema que he pensado hasta la extenuación. Además El miedo cercano (correspondencia tóxica) me ha pillado leyendo El cuento del Grial, donde el nombre de la persona es importante.

--Buen hijo, quiero decirte algo más, y es que ni en camino ni en posada tratéis mucho tiempo a un compañero sin conocer su nombre; sabed, en suma, que por el nombre se conoce al hombre.

Aquí, en este libro de cartas, salvo tú y pocos más (presentados con nombre real), los otros por muchas verdades que digan son etéreos. Sé que te movieron la discreción y el respeto, pero son valores ajenos a la escritura. La escritura se alimenta de indiscreción y en nada de consideraciones ajenas al arte de decir palabras. Como hombre te respeto tu proceder en este caso; como lector te lo critico. En fin, bordiadas aparte, ya te estoy oyendo preguntar qué me parece el libro. El libro me parece a tener en cuenta, lo he empezado a leer, sin poder evitar preguntarme quién puede ser Ignacio Quiñones. Me hago cábalas. Que el interés principal del lector se centre en eso es una canallada para el autor.

Bueno, también otras reflexiones me despierta la obra. El género epistolar. Para mi gusto es el verdadero. La palabra pasa del pensamiento al papel. En tiempos antiguos el pérgamino, la piel de animal, lo que pienso que dio origen a la metáfora "el verbo se hizo carne". Sea como sea, una carta delata más al autor que otro género narrativo. En una buena carta la escritura se convierte en voz y oímos hablar a quien la escribe.

Ya te estoy oyendo, ya estoy oyendo a Ignacio Quiñones (lo imagino...)... Ya te diré qué me parecen. Todos. Tú también.  Un abrazo, amigo.


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