domingo, 18 de agosto de 2019

Parece que mi arte es espantar mujeres. Las atraigo y luego las espanto. Son pocas las que pasan la prueba, y vuelven y ya no me rechazan más. Pero da lo mismo. Todas están lejos. Y la que está en esta calle no pasea calle abajo hasta la puerta de mi casa. Le digo que tiene la puerta de mi casa abierta pero no entra. A menos que quiera casarme. Si fuera rico me casaba. Es madera de La Gomera y tiene aroma de cedro. En luna llena es difícil mantener la sobriedad. Hoy estuvo a punto de llegar hasta la puerta. Una desde una ventana le dijo hola y se volvió. En fin, cortejo a lo antiguo. Peor es el virtual. Está bien un tiempo. Las palabras no se comen si no se oyen de cerca.

Abro el libro que me regaló Rosa María Ramos Chinea. Temo que se enfadó conmigo y con la vida por los comentarios que hice de su libro. En vez de llamarme a capítulo y ponerme en mi sitio, no, silencio total. El sitio de un lector es no hablar del libro hasta haberlo leído entero. Si se quiere hablar en serio. Yo hablé en broma. Pero Rosa no está para bromas.

La cosa es que me quedé con esa deuda. No se puede empezar una relación --en este caso con un libro-- y dejarla en las primeras páginas. Estoy condenado.

Abro el libro y me detengo en una anotación que hice en la p. 25. "Es locura inventar un amante que no procura abrazos ni besa pero que posea una absoluta fidelidad".

El poema es más claro, nada hermético (la acusé de hermetismo, qué mal):

Con anchos almohadones
he fabricado un ser inmortal:
silencioso duerme en mi cama

No procura abrazos
No besa
su fidelidad es absoluta

La discreción de este ser
permite confesiones de íntimos secretos
ocultos entre fundas y plumones

No me pregunten si soy feliz
Es evidente
Alivia dar el amor
al ritmo que dicta el corazón
sin batirse en duelo
sin luchar por la conquista del terreno

Insisto
No pregunten cómo soslayo soledades
cómo amanezco íntegra cada mañana
habiendo sorteado pesadillas
sobre la cama
ocupada de desierto.

**
Poema precioso. Sobra lo de los almohadones. No tiene importancia, sino para nosotros, la materia con qué fabricamos  un ser que duerma silencioso en nuestra. El poema delata, por la virtud de las palabras reflejarse en sus contrarias, un sobrio no ser feliz, una aceptada desolación. Otra sospecha, es que no son los almohadones ese amante discreto. Sino el libro. Y no es tan discreto, ni hermético.

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