sábado, 10 de agosto de 2019

Depende quién mire, así es el cuento. No es el mismo si lo hace Kafka que si lo hace Arniches. Cualquier situación es cómica o trágica según quién la cuente. Hace tiempo he preferido la emanación cómica de la realidad. Pero los admiradores son un estorbo. Prefiero no tener ninguno. Se camina con más libertad, se escribe con más libertad, si es que eso de la libertad existe.
Acostumbrado al insulto como parodia, en el bar de Ibrahim, y movido por la seguridad de que la lengua de carne cruda te hace más fuerte, lo practico como un japonés cuando hace un regalo. No es falsa humildad si dice que el regalo no vale nada. Lo hace porque el diablo oye lo que decimos, y si hablamos mal de algo el diablo se desinteresa. Lo que le importa es la lengua del bien. La peor trampa para caer en las zarpas del diablos. Dios nos libre.

La muerte de Cataño ha traído ruido. Ese ruido es un relato. No lo escribiré.

Dos horas estuve buscando un pen donde tengo el trabajo de estos últimos diez años. Paranoia va y paranoia viene. Mi simpatía por el budismo no me ayuda. O sí. Casi pensé que si se perdió ese era su destino. Pero no. Lo encontré. Trabajo en unas condiciones precarias. Me acuerdo de Gijón como tiempo pasado fue mejor. Allí tenía amigos impresores. Aquí tengo nada. Menos dejarme ir, significa eso.

La música sigue sonando. 

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