miércoles, 14 de agosto de 2019

--... y los traidores de Güímar libraron al de Lugo, ese mamón, de que lo cogiera Bencomo... y mañana celebran esos traidores... la Virgen verdadera...

Dice el Moto, en la barra, entre la máquina de tabaco y la esquina donde se amontonan los periódicos. Casi estoy por intervenir, pero es demasiado temprano para estar con discusiones. La estatua actual no es la que encontraron los guanches de Güímar. Está en un artículo de un periódico del montón, y está dicho también en una de las novelas de Javier Hernández. Goebbels está siendo muy citado estos días. Su máxima más conocida --una mentira repetida un millón de veces se convierte en verdad-- es cierta. Dile hoy a los peregrinos --menos que ayer pero igualmente movidos por la fe-- que esa escultura es falsa. Entre que la verdadera, la que encontraron los guanches, se la llevó la tormenta de marras o el marqués de Adeje, es una cuestión sin aclarar. Todavía. La lógica hace pensar que el marqués no fue inocente. Dijo que la talla que él tenía --después de la tormenta-- era un facsimil de la original. Y ¿quién fue el autor? y ¿qué documentación hay? Más o menos esta es la pregunta del autor del artículo. Y si no me equivoco, también la de la novela de Javier Hernández.
Las razones del robo --si hubo tal robo-- es lo que no está claro. Tiro barro a la pared y doy una razón. Hasta entonces a la escultura de la Virgen católica los guanches --sincretismo es la figura-- la consideraban imagen de Chaxiraxi, la madre del Sol. El 2 de Febrero era la fiesta de los conquistadores y el quince de agosto la de los guanches. Desaparecido el perro se acabó la rabia. Desaparecida la imagen motivo de adoración pagana, se acabó su culto. La actual y la anterior son incomparables. Son distintos estilos.

--Que te calles Esteban... ¿por qué no te callas? --se queja doña Eloisa, últimamente sin humor ninguno en medio de sus amargas fatigas.

--¿Quién está hablando, coño? --se cabrea Esteban. Es la primera vez que lo veo salir de sus casillas. Le doy un toque en un costado para que se calme. Afortunadamente no continúa el cabreo conmigo, no me dice no me toques. Al contrario, se apacigua. Ibrahim viene a la zona de clientes y lleva a Eloisa a otra mesa, más retirada, la que está al lado de la puerta de la escalinata. 

*
Vuelvo a mediodía. Pescado a la plancha y un vaso de vino. Pido. Eloísa ya no está. No soportaría la escandalera de las comandas y demás solicitudes.

--¿Cómo quieres el perrito?
--Las tres salsas y cebolla frita  --dice una vecina que es una escultura de pelo largo moreno, ánfora áurea y belleza guanche.
--Ibrahim, me gustas cómo limpias la barra --interviene Manolo el guapo, o el mudo.
La danza de Ibrahim es espectacular. No deja de asombrarme. No da pasos sino saltos de gorrión. De la barra a la plancha, de la plancha a la cafetera, de la cafetera a la nevera, al fregadero, etc. Es un milagro cómo este hombre, y su memoria, se mueve con el bar a tope.
--Medina --dice al venezolano--, límpiame esa mesa, por favor.
--Sí, que haga algo --interviene Esteban--. Ya se fue el mudo a echarse el cigarrito.
--Caballeros, hay potas, calamares, pescado frito, arroz y hoy es el último día de trabajo hasta el día primero. --A otro--: mira el careto de este medio raro --señala a Manolo el guapo-- y hablas con él sobre esa ventana que está abierta por la parte de atrás.
Termino el pescado a la plancha, el vino y el café, saco cigarros de la máquina, juego euro y medio en la otra máquina, custodiada entre Esteban y Medina, no saco nada y me vuelvo a casa. Tamborilito va a cruzar la carretera, la que sube al ancla, con coches subiendo y bajando.
--Vengo de pintar el patio con pintura blanca y vengo colocado.
Sí, la pintura coloca. En mis tiempo no pocos se quedaron en sordina con los vapores de la pintura industrial. Baja la guagua y el nota intenta de nuevo cruzar. Tengo que atajarlo. Si lo atropella, un vecino menos. Pero si sigue vivo, un vecino más. Un agradable vecino.

*
Regresa de las cenizas del ayer, la majeriada supersticiosa. No llamo a mis hijas porque se me ha metido en los huesos --ya hablaré de los huesos-- la manía de que antes tengo que dejar lista de una puta vez la puta novela Barrio Chino. Me pongo a corregirla, espero que ya de una endiablada vez sea no más correcciones. Encuentro textos ajenos que podrían salir como documentos ajenos en esa novela, pero sería recargarla. Hoy encontré dos en facebook. Uno de Pamela Álvarez --una mujer en un hospital deseando que el marido no salga del coma y no tener que seguir sufriéndolo ni un día más de su vida-- y otro de Justo Sotelo: unos fragmentos de una novela de un autor mexicano. El personaje, un médico, narra todas las maneras, desalmadas maneras, con que folla ("hace el amor") con la enfermera, que también es su prima. En fin.

La dichosa superstición, la de no hacer nada hasta dar ya con la sintonía en Barrio Chino, no me deja tampoco bajar a buscar Todo bien, novela de Gregorio Duque.

Adonde só bajé fue a Enmasa. Consulté con una mujer seria que un segundo sonríó. La breve sonrisa la hizo atractiva. La seriedad no. La seriedad, atender a la gestión. Me atendió bien. Antes del 30 de septiembre tengo que buscar un fontanero.

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