lunes, 5 de agosto de 2019

sobre "Tribuna para el desconcierto"

A otra poeta, no a la autora del libro, le dije que la obra me desconcertaba, no me invitaba a entrar. Pero entré. Como el príncipe del cuento de la Belladurmiente. Decidí abrirme paso a través de la maleza hermética de las primeras páginas. Agradecí, sin embargo, el tono sereno, sin aspavientos ni gemidos intolerables. En la tercera estrofa del comienzo, poco afortunada, no pude evitar ver levitando al personaje de la obra, no místicamente sin embargo. Simplemente queriendo elevarse sobre la miseria del mundo y de sí mismo. El personaje que es tal vez la propia autora, cuestión irrelevante para un lector ajeno a Rosa María Ramos Chinea.

En un poema anterior, un verso es

Duerme

Una orden de la persona a su cuerpo.

Más abajo:

No te concedas, ni siquiera
el deleite transitorio de un sueño

¿En qué quedamos? Debo recordar que el libro alude al desconcierto. Es lo que hay. Hay que admitirlo. Lo que está claro es que hay un dolor, una rotura en el cuerpo. Ni curanderos ni doctores --nos dice-- tienen el remedio. Es ella misma --el yo del libro-- quien puede curarse. Dice que

Hilos etéreos 
zurcirán desde adentro 
la profunda terquedad de esta grieta

¿Cuáles son esos hilos etéreos? Los Arcanos, siguiente página, son los que sustentan; los que la ayudan a emprender un viaje sin retorno

a la ninguna parte de los dos

Esta línea hace entrever otro personaje. Supongo. Por lo pronto, el principal lleva una vida de no atreverse

por la irremediable culpa

Aquí soy yo quien puede decir esas palabras. Prefiero no considerarlo. La desolación interior que me recuerdan esos versos. Si me dejo llevar soy yo el personaje que baila, o mejor dicho, camina por esas páginas. Yo también espero una llamada alterado en la cama, sábanas revueltas. A partir de aquí, el paisaje del que habla el libro y el mío es distinto (yo no veo el mar), pero la sensación de sentir y ver es la misma. Veo mi mundo como Rosa María --o su personaje-- ve el suyo. Espero, mirando por la ventana, que las palabras alivien el silencio. No, no alivian. Sigo leyendo. Diwan:

Hay un doctor en una estrofa que vaticina una enfermedad. No la dice. La deja interrogante. Llego a la página 19, con la boca entreabierta esperando un beso que no llega, intentando --vanamente, sospecho-- calmar una sed de refugios y flores. 

En Breve informe sobre la locura acudo a una zona más real, menos imaginaria y menos hermética. La locura es inventar un amante silencioso que no procura abrazos pero posee una fidelidad absoluta. El teatro melancólico e imaginario ha descendido a la realidad: la necesidad de la fantasía. La fantasía es la necesidad de un amante que alivie el amor sin luchar por la conquista del terreno. De un amante imaginario pasa a un ser objetivamente inerte: una muñeca de plástico.

Leo y no puedo evitar --como no hubiera querido Rubén Darío-- contemplarme en la desolación interior.  Llego a la página 33. Por lo pronto lo dejo aquí. La incertidumbre del desconcierto es una carga que hay que llevar despacio. Y acabo de acordarme de que tengo las papas al fuego.

Continuará.

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