sábado, 7 de marzo de 2020

borrador para un prólogo

Hay palabras que se sumergen en las profundidades. Las hay que caminan por la superficie. Y las hay que están en el aire. Sólo Dios sabe dónde está la palabra alma.

Sólo Dios sabe dónde está el alma

Hay en las palabras una música, fría o caliente; húmeda o seca.

Las palabras de ... se mueven en la superficie. De las profundidades le llegan los ecos y de las alturas el aroma de las flores. Particularmente, pienso en el jazmín. Y en la música seca en una calle de barrio. La poesía debe volver al arrabal que la hizo crecer, pienso a continuación. Al fango del que resurja una flor de loto. La que hay se está plastificando.

Leyendo estos poemas, pienso más que nada en El cantar de los cantares. Pero la humedad del cantar aquí ha desnudado su cauce. La voluntad del verbo carece de adorno. La palabra retorna enteramente al cuerpo. La palabra está en el cuerpo.

El jazmín la impregna. La música seca le da la fuerza al animal envuelto en piel humana.

Todo lo cercano se aleja, dijo un poeta. Dímelo a mí, modesto prologuista, que cuánto más cercano estos versos, mas veo que se alejan. Nos pasa a los viejos verdes que sentimos acercarse el gris.

El libro es un atributo de Dios. Él sabe dónde está el alma. ¿Allí nos lleva la palabra que fluye en estas vibraciones?

No sé si este libro está escrito con la inteligencia de Dios que es infinita, y que la poeta no ha sido sino un intermediario. Sabemos, sin embargo, que es un texto humano. Un texto de mujer.

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