jueves, 19 de marzo de 2020

--¿Jesús! ¿Jesús!...

Es Nicolás desde la calle. Media mañana. Yo estaba como un tronco y el hombre me despierta.

Me levanto de mala gana y me asomo a la ventana, piso de arriba.

--Que dejaste la llave en la puerta. Mira, te traje un pan. Te lo pongo en la mesa.

Me vuelvo a acostar. Sueño con C```.

--¿Por qué tu cuñado me mira mal? --me pregunta.

--Porque quiso tirarte un polvo cuando te vio en La Orotava y tú lo rechazaste.

El sueño es la casa de San andrés. Todos vivos. Mis padres y todo el mundo. Y mi cuñado aparece en la sala y C*** se va con él a la cocina.

Despierto. Recojo la mesa. Vergüenza me da que entrara Nicolás y la viera cómo estaba. Desorden y desastre. Me animo y sigo poniendo limpieza en la casa.

Segunda llamada de Nicolás.

--Toma --me da un táper--, Jely me dijo que te dé esto.

--¿Qué es?

--Conejo.

--¿Cómo va la cosa?

--Cada vez peor, Jesús, no salgas.

Qué bueno el conejo de Jely. Pensaba guisar unas papas para hacerle compañía, pero pruebo un poco y ya no paro. Conejo excelente, salsa exquisita.

Los discursos políticos del rey y luego de Pablo Iglesias son para borrarlos. Esa gente no piensa. Que disfruten de lo que tienen. No les envidio nada. Pero que se ahorren palabras huecas, cacareos de gallinas. En el significado que tiene esa frase. El cacareo de las gallinas reales es otra cosa. Sonidos llenos. Prosa en el patio. No retórica hueca, podrida, infame. En fin, mejor no oirlos, porque todo se pega. Madera toco.

Si tengo voluntad, apago el ordenador unos cuantos días. Hay que escapar del ruido innecesario. Me agrada leer a mis amigos y a algunos enemigos, pero si puedo lo dejo para más tarde. Un beso, con mascarilla.

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