domingo, 15 de marzo de 2020

Pepe le llama la atención a Jordi, que copió de su muro unas coplas que hice yo, coplas volanderas, pasajeras, efímeras. A mí también me extrañó que Jordi dijera que eran de un amigo y no dijese quién. Pero me llamó la atención una cosa: que puso un corazón un lector que si sabe que soy yo el autor no pone ni un asombro.
Sin querer, sin ser consciente, como si lo hubieran planeados los dioses, Jordi le tendió una trampa a su amigo lector que celebró mis versos. Que Jordi no lo hizo con inocencia, me di cuenta por sus comentarios posteriores. Fue Belén la que puso el nombre del autor y él luego se explicó con torpes disculpas. En fin, nada del otro mundo. Tendré que mirar otra vez a ver si desapareció ese corazón entrampado.

El mundo del arte y las letras (como todos, supongo) está minado de vulgares trampas, subterfugios que dan vergüenza ajena. Quejarse de eso es como entrar en la selva y quejarse de las hormigas, las pirañas y las larvas.

Pero peor trampa es la que un autor se pone a sí mismo porque piensa que su obra es el no va más y empieza a adular a los que están en las tarimas para que su obra sea socialmente celebrada, y recibe a cambio, desde las tarimas, patadas en el culo y para colmo su obra, que él cree diamante. no es más que cristal de culo de botella. El resentimiento posterior de ese autor es ridículo y repudiable. A llorar al barranco.
***

La pandemia sigue su curso. Junto a las teorías de control mundial, la realidad cotidiana da avisos de saber estar, pero también voces histéricas que hasta yo, socialmente insensible, me preocupo. Si la histeria crece, en vez de menguar, va a ser más corrosiva que el virus. Pero no se puede atajar la histeria. Callarla. Es peor. Se convertiría entonces en una bomba de relojería.

Mañana Lunes comienza el día cero. Confío en que esto --como dice mi hermana-- nos haga reflexionar seriamente y dejar atrás lastre que no sirve sino para encadenarnos. Costumbres insanas y rutitas mareantes o zombis. Y torpes trampas.

Voy a seguir trabajando. (Eso de los nombres no va por tí, amiga y escritora del Sur. En tu caso es acertado que me resguardes de la luz pública; es una de las reglas del amor cortés, del tiempo de los trovadores. Pero si quieres la próxima vez que me pongas un nombre, si puede ser llámame Juan Cabrón.) Y esto me recuerda que quizá sea el momento de desempolvar las coplas de Juan Cabrón; hay algunas muy aceptables.

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