jueves, 7 de abril de 2022

 En El Escobillón de hoy, Eduardo hace una reseña sobre un crimen en Santa Cruz. Esta ciudad tiene materia para la literatura criminal de no ficción. Aunque en algunos casos habría que imaginar, con cierta lógica, lo que no se sabe. Difícil no recordar dos crímenes que tienen un simbolismo atroz. El de la pensión Padrón, donde encontraron el cadáver entre dos colchones, y el del chofer de la guagua que hizo la tumba de su víctima en una fosa séptica. Hay libros sobre esos dos casos, pero no los conozco. Supongo que Truman Capote no hubiera desaprovechado estos sucesos. Entre las funciones de la literatura, está la de soltar el lastre que, como individuos y como sociedad, nos enferma. Aunque no pocas veces usemos ese lastre, no para liberarnos de él, sino para convertirlo en alimento, en vómito morboso con que darle de comer a las alimañas y ganar dinero. Vender mierda también tiene su arte.

Pero el lastre que ahora me preocupa, aparentemente más inocente, es el que tengo en casa, acumulado en estos años. Este trabajo va tan lento que me preocupa. Me he acostumbrado tanto a un meridiano desorden y a vivir entre objetos inservibles, que no sé por dónde empezar a ordenar y limpiar.  Ahí tengo dos candelabros que un día a Hilario el Talento le dio por darme. No sé si guardarlos, ponerles vela a cada uno y encenderlas sin más ritual que oír la voz de las llamas, o dejarlos por donde los vecinos de mi zona suelen dejar trastos destinados a viajar a un punto limpio. Lo que más me cuesta, sin embargo, es tirar estorbos que no despiertan ningún recuerdo de amigos que ya están al otro lado del mundo. ¿Herencia de la rama familiar campesina? Campesino que no tira nada porque cualquier cosa puede hacer falta el día menos pensado. Así era mi padre, hasta que mi madre le ordenaba que tirara toda esa basura.

(Del loco que protagoniza un cuento de Injertos, no sé aún cómo pasa su mente del caos al orden, de lo sensorial a lo intelectual. De la borrachera de Baco a la sobriedad de Cronos, del reburujón a la geometría. En La gesta  la transformación del furriel la ocasiona la ingesta de opio, el néctar de las amapolas blancas; la transformación en el humor de la joven viuda, el amor de la bestia. En el cuento, la mujer protagonista es la causante de la transformación del loco. Ella es una mujer con el coño caliente y la cabeza fría. A él quizá debo pintarlo como un hombre con la cabeza caliente y los cojones fríos. Tendría ahora que ver conexiones entre el sexo y el seso. Pero sería meterme en camisa de once varas. Quien mucho abarca, poco aprieta.)



 

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