lunes, 18 de abril de 2022

guardando libros

Sueño:

 Bajé del tranvía en una parada desconocida. No sabía cómo llegar a mi barrio. Sabía que tenía que estar más arriba y al otro lado del barranco, nada más. Subiendo por una escalera llegué a un edificio donde le pregunté a un viejo por dónde podía llegar a... Llamó un ascensor, pero era tan estrecho el receptáculo que me daba claustrofobia entrar. No entré. Me condujo a otro ascensor, más amplio. Con nosotros subía una mora totalmente vestida de negro, y la cara tapada con una máscara negra, de tela, con una nariz grande, delgada e inclinada hacia abajo. Cuando bajé del ascensor, me llevó con ella una mujer pechugona que me invitó a sentarme a una mesa de trabajo para leerme las cartas del tarot. No le entendía nada y, además, sus pechos generosos me los acercaba,  como sin querer, y me daban ganas de besarlos. Para evitarlo, me levanté y dije que me iba. Había una puerta que daba a un puente colgante de hierro. La mujer se levantó, se acercó y me ofreció unas gafas. Me las puse cuando comencé a cruzar el puente. Me dejó ciego. No veía nada.

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Eduardo escribe en El Escobillón sobre La gesta. No mucho. Es como si no hubiera querido meterse de lleno en la novela. La mayor parte del escrito lo emplea en hablar de otras novelas sobre el mismo tema y de las anteriores novelas de Juan Royo. Le pone reparos a la novela actual. Nada de acuerdo por mi parte. En mi percepción, no le sobra ni le falta nada. En fin.  

Juan encomia, exageradamente, mis conocimientos cabalísticos. Lo primero para ese menester sería conocer con soltura el hebreo. No es el caso. Sin embargo, él si tiene una intuición cabalística, por lo menos en esa reciente novela. Algún día investigaré un poco, hasta donde Dios me lo permita, empezando por las pocas erratas. Tiempo al tiempo. 

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Guardo libros en un armario. Donde no se vean. Uno es un tocho que encontré hace tiempo en la basura, de una larga conversación de un sobrino suyo con Franco. ¿Memoria histórica? En absoluto. Según esa ley, este libro debe de haber desaparecido de todas las bibliotecas públicas. 

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A veces estos días siento que el alma está abandonando el cuerpo. El alma es una entidad que lo mismo te guía que te desorienta. En mi  caso, más esto último. Dejar que se vaya es como aliviarme de un peso, un lastre. ¿A qué llamo yo ALMA? Esto es lo primero que debería saber. Palabra de cuatro letras, como AMOR. El amor es un arma peligrosa. Quizá todas las palabras de cuatro letras son peligrosas. Si las comprendes bien, vas biem. Pero si te equivocas y las comprendes mal, te has metido en arenas movedizas. Todas las predicaciones que se hacen en nombre del amor, degeneran en pantomimas. En fin, conjeturas especulares de significados vaporosos.

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Quitando libros de la vista y metiéndolos en el armario, encuentro El llano en llamas. Luisa el otro día, cuando estuve en su casa, nombró el libro de cuentos de Juan Rulfo. Y ayer Marcelino, con lo del viento tirándolo al agua. Y hoy tropiezo con él. ¿Dónde lo habré dejado?

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