miércoles, 6 de abril de 2022


Por tres tristes euros

Juan conseguía

la vieja novela

del negro Elías.

No es saltona,

no es folía,

ser tajaraste

eso quería.

Que ya estaba loco

Juan me decía,

de cuerdo poco

ya lo sabía.

y en todavía

con la locura

ladro como perro

al salir la luna.

A veces está llena,

a veces vacía,

a veces es Hildegard

con visiones divinas,

a veces Satanás

que nunca olvida,

Misma palabra se posa

en lengua de culebra

y en alas de mariposa,


Juan me dice que El negro empieza bien. Empieza con uno que destroza un bien cultural, lo contrario de lo que hizo Juan cuando era gerente de Cultura del Ayuntamiento. Lo que hizo fue mandar quitar los deterioros del Guerrero de bronce  que está en la rambla. Ya no defiendo nada pero hasta hace poco yo defendía la intervención pública en el arte público. La obra está ahí para quien quiera siga haciéndola o deshaciéndola. Como hace el viento, la lluvia y el sol en las vallas publicitarias. Es como leer un libro y tachar lo que te parece que sobra, 

El escudo del Guerrero fue dañado con anónimas inscripciones. Esa acción transformadora lo mantenía vivo, activo. Juan ordenó a los operarios que lo volvieran a dejar impoluto. Dañó la transformación que estaba viviendo. ¿Hizo bien? ¿Hizo mal? Nunca lo sabremos.

En el ejemplar que compró, hay unas líneas que escribí a mano. Sobre la noche de Walburga, la novela de Gustav Meyrink. Da la casualidad de que esa noche está también reflejada en un cuento de Injertos: una mujer acartonada ve una película, basada en esa noche de vampiros, en la tele del salón de su casa mientras su hijo y un amigo, en el sofá, se entregan a un párrafo del marqués de Sade. De Juliette. 

También hay en Injertos el cuento de un loco. Tantas señales aturden. 

Sospecho que el viernes, la presentación del libro de Belén va a ser importante. ¿Estaré en lo cierto? Qué ganas de oír el mar; esto sí que es cierto.

No hay comentarios: