viernes, 3 de agosto de 2018

Bueno, prácticamente está concluido el trabajo de la criba. Hay que poner atención. Convertirse uno en cernidera es un logro. No creo que lo haya logrado. La poeta cribada (su obra) es buena pero no es mi camino. Ella canta un mundo que se ha ido. Leerla es caer en la nostalgia. La nostalgia me produce miedo. La felicidad es la ausencia del miedo. Frase totémica de Cucarachas con Chanel.

Mi amiga charquera, lo leí de reojo, concluye el cuento de los amantes de la playa. Un baturro amargado rabioso y una cubana sufrida y rabiosa. No sé si está acabado el cuento. Ella dice que sí. Y pone una música, Eva María se fue / con su bikini de rayas... y una imagen, una foto de bañador con rayas verticales, blanco y negro. Yo miro toda esta trama como un cuadro, yo lo pinté, que contiene el alfabeto hebreo, un zigurat de las letras, la torre contraria a la de Babel. Esta torre del cuadro es simple. No dice nada. Ni siquiera sé hebreo y no sé si las letras que salen juntas en horizontal dicen algo. Y en vertical y en oblicuo. Ese cuadro parece que no dice nada pero lo dice todo. Hace mucho tiempo que no le pongo ni una gota de pintura nueva. Lo nuevo que he pintado es al vecino Luis, el jardinero de Podemos, al que envidio porque su hierbahuerto  ha dado flores. El mío no, pero es más curativo. Hoy lo vi en Ibrahim. Para pagarle los libros que le estropeé (los de pintura que al parecer me prestó, no me regaló) le di El libro del cuervo, la novela de la que dijo Eduardo García Rojas que la mitad era genial y la otra mitad un pedo innecesario. Esta crítica merece que partan esa novela en dos. La primera parte: obra viva (realidad), y la segunda: obra muerta: imaginación. Las dos fuentes principales de este tinglado. Nguyen una vez me riñó porque yo lo mezclo todo, soy un mezclador. Mezclo el bien con el mal y me sale una tinta azul. Mezclo la mentira con la verdad y me sale una tinta roja... Mezclo un cuento pornográfico de revista barata con un cuento de Borges y me salen las nieves del Kilimanjaro (tengo que aliviar esos cuentos del lenguaje soez, cuanto menos mejor). En fin, que hoy viajé a tierra lejana a entenderme ya de una vez para siempre con lo peor de mi mismo. El más despreciado enemigo es el reflejo de uno, sin equivocaciones.

Y por ahora, me agrada escribir cartas, no messenger. Odio el messenger. El espacio es estrecho. Opresivo.

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