jueves, 9 de agosto de 2018

De noche suelo salir al banco de fuera a fumar un cigarro. Dejo la puerta abierta. En la calle no hay mucha luz, hay una penumbra agradable. La vi bajar. Hermosa mujer. Amplias caderas. Rostro bello y maduro, de líneas delicadas. Cabello recogido en un moño. La puerta de la calle deja ver una pequeña parte de la casa donde tengo algunos cuadros. Se paró delante de la puerta y se puso a mirar. Yo la miraba a ella y ella miraba dentro de la casa.
--Me encanta cómo dispones los colores.
Y me miró. Con encanto. Y a mí me encantó ella.
¿Por qué no le dije que pasara a ver los otros cuadros? Los que tengo en la sala, en el patio, y en los cuartos de arriba. ¿Por qué no le pregunté si quería ser modelo? Modelo de siete trajes mágicos, como María Cahina. La mujer antigua de Charco del Pino. En el patio tengo un cuadro que iniciamos Marcelino y yo, sobre un espejo, grande, que encontré en la basura. Los dos fuimos modelos. Yo tracé su perfil en el espejo y él trazó el mío. Mi perfil sobraba. Hoy lo cubrí con naranja. El cuadro ganó en profundidad y armonía. Es feo, pero también la fealdad tiene una armonía. Es decir, se transforma en belleza.
Le hubiera gustado, si la emociona de verdad la combinación de los colores, ese cuadro, tal como está ahora, sobre un espejo. ¿Por qué no le dije nada? Sino que me quedé mirándola, hipnotizado. Y cuando me dijo adios, seguí mirándola.
¿Pasará de nuevo mañana a esta hora? Tengo que poner los cuadros más bonitos a la vista de la calle.
Y ordenar el patio. Desalojar el sillón de cachivaches. Y terminar el que tengo en las puertas del armario en el dormitorio. Ayer le puse rojo y cogió profundidad. Hoy toca azul. Un poco de calma.

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