miércoles, 22 de julio de 2020

Coca el motivo de quedar con J para comer.

Todo me salía mal pero hacía reír. El plato se me caía sobre la mesa, la silla en que me iba a sentar se desfondaba. Dos mujeres. Una la mujer de mi amigo Juan. Otra, desconocida, más joven. En el restaurante había un machete-samurai. Quise robarlo, incluso lo cogí para hacerlo, pero (supe que me iba a ser difícil sacarlo a escondidas, aunque lo intentara disimular con mi bastón de serpiente) lo dejé bajo un sillón largo o de un mueble. No cabía todo. Los que pasaran por allí podían verlo pero desistí de preocuparme más. El motivo de dejarlo fue porque consideré que podían atraparme con el machete en la mano. Lo que me llevé, sin querer, fue un bolígrafo. Cuando ya afuera (casualidad, ni siquiera fui consciente de haberlo guardado en mi bolso; como cuando te quedas con un mechero ajeno) lo saqué, lo vi, la mujer de mi amigo me dijo que había que devolverlo. Lo hice, y eso provocó una reacción por parte de los jefes de personal, adversa, querían denunciarme a la policía o algo así. Gracias a la mujer de mi amigo se deshizo el entuerto.
Mi amigo decidió vender todas las propiedades que tenía, por medio de internet, por la tablet. Apretó orden de venderlo todo y a continuación la confirmación de la orden. Una confirmación especial fue un camino de tierra (más que un camino, línea de tierra esponjosa, canelo claro, en medio de tierra dura, canelo oscuro), en la ladera de un pequeño monte que estaba en la frontera de Los Pirineos, entre Francia y España, zona francesa. Enseguida algún medio de comunicación publicó que eso era una barbaridad, casi una traición patriótica. Mi amigo se encogió de hombros. Es abogado y sabía lo que hacía, y el revuelo que podía originar le importó un pimiento.
En fin,  me pasó el sicotrópico (coca, un gramo) y decidió retirarse. Yo caminé en lo que creí dirección a mi casa, pero me perdí. Encontré unos chiquillos que estaban en una pequeña edificación, casi un solar a medio construir, junto a un bastante grande contenedor de madera, varas de madera, llenos de enormes calabazas. Tenían algo de comida los niños y me ofrecieron, y para pagarles les di una quima de cus cus que yo llevaba en el bolsillo de la camisa, (envuelto en papel de periódico) revuelto entre algunos billetes (de diez y de cinco) y la bolsita, pequeña, con el sicotrópico. Se pusieron contentos por el cus cus que les dí, lo pusieron en un plato con lo que ellos tenían, algo con salsa, los cortearon y el cus cus se esponjó y aumento el tamaño.
Subí a la zona alta de donde había partido. A la zona donde estaba el restaurante del machete-samurai. Allí estaban todavía algunos comensales. Yo rogué para mis adentros porque me llevaran en coche. A pesar de que una mujer del grupo consideraba que yo era un loco repudiable. Eso no me importó. Me importó que considerara que yo olía mal. A una señora mayor, que había perdido a su amante (mujer), le caí bien y dijo que fuera yo en sus rodillas,ya que su automóvil, lujoso, iba lleno detrás, pues se subió también su marido. Una persona bulto. Entré para acomodarme, y la señora me ofreció un plato de algo exquisito, que agradecí. Pero no llegué  a comerlo. Sentí que había muerto y lloré sobre el plato, y las lagrimas se mezclaron con la salsa de la comida.

--No está muerta, está caliente -dijo alguien. Pero yo sabía que sí estaba muerta. Una muerte en silencio.

Anteriormente un joven del grupo donde estaba la chica que me repudiaba por loco y oler mal,dijo que la disculpara, que era ella la que estaba medio p`allá. Me molestó porque los intentos de bajar a Santa Cruz habían sido infructuosos (los chiquillos me indicaron, pero las indicaciones no me sirvieron). Antes del encuentro con la señora amable, pedí una tapa de algo en un puesto de comida ambulante, un carromato con mostrador alrededor y operarios dentro preparando el condumio. Carísimo. Pero no me importó pagar porque llevaba dinero. Me quedé con diez euros y entonces ya no quise repetir, aunque la tapa estaba exquisita. Con diez euros no me daba para pedir otra y además me quedaba sin dinero.
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Hoy pasé a comprar material de pintura por la Cruz del Señor. Me fijé en la gasolinera. Dominan las líneas verdes elevada, horizontales. Olvidaba el bastón de serpiente en un bar enfrente, al otro lado de las vías del tranvía, y un cliente me advirtió que me iba sin el bastón.

La Cruz del Señor es un sitio clave en mi historia personal. Allí vivía E. en los tiempos del instituto Andrés Bello y el femenino. El otro, al lado del Andrés Bello, fue edificado después de que estuve con E en Montaña Roja y a ella la "encarcelaron" sus padres en un colegio de monjas, en Las Palmas.
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Hoy quedé con los Animales.

La señora Amor Mora Roma no entiende nada. Tergiversa las cosas a menudo. Hablo sobre unas reflexiones sobre la Palabra, lo relaciono con la Divina Comedia, lo comenta en su muro. Trato de explicarle que no ha entendido nada. Mal me explico porque no entiende, o lo entiende al revés.
Al final me dice que no me invita a su moral porque (hablo de memoria) se aburriría conmigo, ya que a ella Dante le importa un pimiento. Pues si se aburre conmigo bajo un nogal, que no se aburra en pantalla. La señora V la apoya. También tiene un moral.

En fin. Ya fui por Hacienda, y ya me llamaron de la consulta. Receta renovada.

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