jueves, 9 de julio de 2020

Juan Royo me avisa de que se agrega Ramón Herar. Nos vemos en la plaza del antiguo mercado de La Maldad, hoy aparcadero de coches. Y emprendemos viaje en el de Juan hacia el Puerto. El Sol de la tarde es una mancha roja rodeada por un círculo blanco, y el valle de La Orotava tiene veladuras de calima que trocea el espacio y lo distorsiona. Llegamos a donde vamos. Restaurante rumano. Dueño de Transilvania. Le sacamos la sangre a un antiguo amigo. Yo de abogado defensor y Ramón de fiscal. Juan de juez imparcial. Yo defiendo el peculiar estilo del antiguo amigo y el acierto de no pocas de sus ideas políticas y observaciones sobre el mundo. Pero visto como está el patio, de guerra civil dialéctica, no entro en detalles.
Cordero al horno plato principal. Sitio casi vacío. Crisis del covid. Puerto desangelado de turistas. Volvemos. Nos separamos y cada uno a su casa. ¿Esto es todo? No, hay más. Pero de lo que no se puede hablar, es mejor no hablar, como dijo aquel.
Son las cinco de la mañana. No ha amanecido. La digestión ha sido buena, el sueño tranquilo y el día se abre a nuevas domésticas aventuras.
Esta vez, el librito que me trajo Juan se titula Vamos a follar hasta que nos enamoremos. Otro aspirante a ejemplar único de la Academia Chitoski - Destrozos Chito.

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