lunes, 13 de julio de 2020

La vecina Jely y la vecina de los mangos se cruzan en mi puerta. Esta de negro, aquella de blanco. El negro deja ver la piel de un hombro, apenas rozado por la asilla del sostén. Esta vecina que me regaló los mangos es agradable verla caminar, verla moverse. Es una bailarina de raza. No sé si ella lo sabe. Se mueve como las ramas y las hojas cuando les da el viento. El viento sopla hoy en la calle.

--Estás más delgada.

--Estás más gordita.

 Se piropean las dos mujeres.

La de negro hace incluso bailar a la bolsa de la compra que lleva en una mano. Dice (habla de cuando estuvo en cama) que lo que tenía fue ansiedad. No le pregunté de qué  brazos tenía eso. Dice que los análisis todos estaban bien, un poco alto el colesterol, pero poco. Dice que de noche se desvela pero no quiere tomar pastilla.

--Ahora de día no, pero de noche me entra la ansiedad.

Nicolás me mira. Me lee el pensamiento. Está a punto de entrar en su casa con su mujer, pero cuando entra ella, él vuelve a salir. Quiere seguir leyendo el pensamiento. Antes de cruzarse las dos mujeres, me hizo un dibujo de una pintura que hicieron un poco más arriba en un cartel publicitario.

Me recrimina que no vea bien el cartel, que tenga falta de vista.

--Nicolás, si quieres criticarme vete al bar de Ibrahim cuando yo no esté.

La mujer de negro sigue hacia su casa.

Nicolás entra en la suya. Yo entro en la mía.


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