martes, 21 de julio de 2020

otro sueño

Sueño:

Fiesta de ejemplares únicos en un piso, el más alto, en la zona de la Cruz del Señor. Donde en la realidad está la gasolinera. Mucha concurrencia. El anfitrión, muchacho amable, en la realidad desconocido. De amigos, estaba Pepe. Los demás eran gente que veía por primera vez. Ojeé uno de los ejemplares y resulta que lo había hecho yo. Formato más pequeño que el de octava. No supe cómo había llegado a la propiedad del muchacho anfitrión. No lo pregunté. Decidí comprarlo, Pregunté el precio. 20 euros. Me pareció razonable y lo compré. Pepe, en uno de los episodios del sueño, reñía al anfitrión por el poco cuidado que había puesto en la contraportada de uno de su autoría, la del anfitrión. Mientras tanto el mío, construído con folios doblados, ensamblados, lo desensamblé y no sabía cómo volver a ensamblarlo. Pepe me indicó pero así y todo quedóme hecho una pequeña piltrafa. Y además ya no era precioso ni nada. Luego o antes dos muchachas se fijaron en mí y entraron en simpatía conmigo. Me calambré con las dos. Sobre todo una. La que me besó iluminadamente en los labios. El caso es que apareció Christian, que también era invitado en la fiesta. Y era el novio de esa muchacha. Eran novios los dos. Christian se regañó de celos pero no dijo nada. Verlo así, me agrió la maravillosa experiencia. Cuando decidí retirarme, antes de hacerlo, de la puerta de un baño lujoso asomó una mujer, ya madura, que me preguntó si podía hacerle el favor de lavarle el coño. Se apoltronó en un bidet con respaldo inclinado y posacabezas. Empecé con el lavatorio y seguí, para su contento y el mío, con algo más y final feliz. La señora contenta y yo no disgustado. Luego me abordó un caballero, algo laja, que me regaló su chaqueta, de paño fino, y me dijo que le aguantara el móvil, de lujo, y le cuidara una bicicleta, de lujo, y un bastón, de lujo. El caso es que me fui --amanecía y no quería llegar tarde a mi casa, donde me esperaba mi mujer, con la que había reñido porque puso reparos a que yo asistiera a esa fiesta y tuve que decirle que mi situación actual era estar encerrado todo el día, solo. Necesitaba distraerme. Contradicción onírica: si vivía aburrido solo y encerrado en casa, ¿cómo podía estar esperándome mi mujer, en la vivienda en La Cuesta donde viví con Candelaria?--. No quería que se disgustara y me fui antes de amanecer. Subí a coger la guagua en la parada de Vistabella. Allí en la parada, un montón de gente. Alguien me dijo que tenía que sacar el billete, en una oficina impresa en la parada, habítáculo acristalado, transparente. Entre el billete, la cartera, la bicicleta, el bastón... me hice un lío y se me escapó la guagua. Bajé caminando a ver si pasaba un taxi. Pasó uno estilo furgoneta alargada. Le dije al taxista, a la altura de la parada de Vistabella, que parara un momento porque se me había olvidado algo, no sé qué. El taxi se marchó y me dejó murmurando ese hijo de puta se fue con el bastón y la bicicleta. Pero no, la bicicleta, que podía doblarse sobre sí misma y llevarla con comodidad, y el bastón estaban conmigo, y la chaqueta, y a duras penas me aclaré en qué bolsillo tenía el billete de la guagua. La cogí por fin. Al bajar en mi destino, alguien, otro desconocido, me abordó porque el caballero laja había notado la falta del móvil. Hubo amabilidad por parte suya y mía. Lo tenía en el bolsillo de atrás y se lo di. La parada ésta donde me bajé era la que está al principio de aquella calle ancha en la Cuesta donde viví con Cande, a la altura de la gasolinera.

Estaba durmiendo en el sillón y desperté. 4.45 de la madrugada.

Me llama la atención que en el sueño ninguna de las dos gasolineras existían, y cuando desperté fue lo primero que recordé. La palabra "combustible" es la primera que se me ocurre. ¿Combustible de qué? No sé. En amaneciendo volví a echarme en el sillón, me dormí de nuevo y desperté a a la hora del ángelus. No bajé a Hacienda. Fui al bar de Ibrahim después de pasar por la toilete. Desayuné. Lo de siempre. Barraquito y bocadillito de queso manchego. Y un cigarro suelto, dos euros. Meto tres euros al cinco. Nada. Me enfado y deslizo por la ranura un billete de cinco. Nada. Me estás fallando, puta (le digo a la máquina); acuérdate de que soy tu chulo. Otro billetito de cinco. Me da el premio menor y lo convierto en bonos. Paso al simple y juego los bonos. Premio. Las tres opciones. Elija una. Acierto con la mayor. 30 euros. Pongo un euro más jugando al simple. Mejore su premio. Paso a la fila del cinco. Me da veinte euros a la tercera jugada. Bien. Tengo que calcular lo invertido y lo ganado. Hay tiempo.

--¿Quieres leer un poco de periódico? --me dice Ibra.

Salgo a la escalinata a leer un poco de periódico. El Popi, uno de cabeza ovalada, flaca y flaco el cuerpo y que viste de motero, discretamente, dueño de una motita coqueta y casco de flores, se me pega a comentar lo mal que está el mundo y lo mierda que es todo, menos Román Rodríguez, al que admira aunque sea canarión.

--¿Tú donde vives? --le pregunto.

--En ese barrio jediondo que está por el Camino del Hierro.

Vuelvo a casa. Miro la pantalla. Veo a mi amiga colega del Sur bajo el moral de su finca. No sé si ampliar la petición a la virgen del Carmen y además del juego ser también afortunado en... No, mejor no. No hay que abusar. Por lo pronto, dinero y eso no está mal. El día sigue avanzando. Una ligera brisa hace bailar las rosas de Jely.

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