domingo, 19 de julio de 2020

Quien impone a otro un lenguaje o censura el habla que tiene, intenta dominar. Y si lo logra, domina. El tipo castrador es el que corrige tu forma de hablar. Eso es lo que me está pareciendo, en una de sus facetas, el vecino Nicolás. Hoy subió Luis, cuando estábamos sentados por fuera, Nico en su chaplón y yo en el banco de azulejos. Subió a preguntarme quién me había arreglado el ordenador.

--Uno que llaman el Cabezón.

--¿Cómo que el Cabezón? Tendrá un nombre --intervino Nicolás.

Ahora me explico algunas cosas. Tengo que pensarlas un poco mejor. La cosa es que nunca se puede bajar la guardia y como dice el otro: donde hay confianza, da asco.

Una pequeña gota de nieve, si no la atajas a tiempo puede convertirse en un alud. En fin, tomo medidas serias.

La primera, avisar a mi tocayo, el Cabezón, para que me instale el antivirus. A cada momento, esto me avisa de que el antivirus gratis está caducando. En este caso, no hay más remedio que aceptar el dominio y llamar al tocayo y que instale el de pago. Cosa semejante es tener que cumplir con la Administración y pasar por el aro si no quieres verte jodido. A la fuerza ahorcan.
*
Hoy por la tarde subí a ver si Celenia tenía la puerta abierta. La tenía cerrada. Cada vez está peor. Ya casi no puede caminar. El cuñado es un bombillo apagado. Hombre ceniciento y flojo. No sé a qué hora le viene a ayudarla la asistenta social, ni si la visita todos los días. Se baña menos. El olor ácido de su cuerpo hay días en que emana a la superficie.
*

Adormilado todo el día a ratos. Otra noche desvelado, me temo.

Medito sobre la narrativa en primera persona, cuando autor y narrador son los mismos. La intromisión de sus emociones, sentimientos, valoraciones morales del propio narrador, deben ser excluida al máximo. Aunque el tal narrador sea el personaje principal de lo que está contando. Debe ser el lector quien debe verlo todo sin necesidad de que él diga nada, o casi nada, de sus estados mentales o sensoriales.

En la cena en Transilvania, Juan me dijo que a mí a veces no se me entiende lo que quiero decir.  Sí, a veces escribo en claves particulares, como si tomara notas por si viene un tiempo, que nunca vendrá, en que pueda retomarlas y aclararlas mejor. No le pregunté por un caso en concreto. Soy poco preguntón. Una serie cómica, creo que venezolana, de un tal Gonzalito, medio tonto, y su abusadora jefa me están enseñando a preguntar más. Pero la otra noche en Transilvania no me acordé de Gonzalito y sus preguntas que sacan de quicio a su jefa, a la que le gusta más contar un chiste que pintarse las uñas.

Pienso en la señora V. Pero no es ya este lugar para escribir ciertos recovecos; ya no tengo la desenvoltura de olvidarme de que esto también tiene algunos lectores. Comienzo a tenerlos en cuenta y sé que hay cosas que no puedo darles a leer. Más que nada porque seguro que intervienen. Sobre todo si es lectora. Muchos quebraderos de cabeza, pensar en las lectoras.

Con estas autocensuras, mejor haría dejar de escribir aquí algún tiempo. O dedicar esto sólo a reflexiones abstractas que Juan no entiende. Tal vez tendría que esmerarme un poco. Ya los tiempos de las notas en clave pasaron a la historia.

Leo algunos fragmentos de Marsé, descanse en paz, que han puesto en fb. Nunca leí ninguna de sus novelas. A la vista de las líneas que leo ahora, me arrepiento de no haberlo hecho. Muy buen escritor.

Hora de cerrar la pantalla. Y caminar. Respirar.



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