sábado, 13 de julio de 2019

--Autor, necesito vacaciones.
--Vale. Cerraremos esto hasta que vuelvas.
--Mi primo está en paro. Si quiere lo llamo para que me sustituya.
--No, quizá deba descansar yo también.
--¿Dónde?

¿Dónde?

Ese sitio no existe. Mi cabeza yace en un barco hundido, mi cuerpo hace oposiciones. El personaje es una ilusión óptica. En cierto modo sucede aquí lo que en la novela de Oscar Wilde pero a la inversa. El personaje (la figura del cuadro, del texto) es astuto y atractivo. Yo no.

Voy a Ibrahim a mediodía. Dos mujeres con el grupo Espís. Una no la conocía. Belleza sin paliativos. Traje rojo transparente. Sentada en la silla. Sonríe con delicada hermosura. Sería ideal modelo. En la otra silla, al otro lado, está sentada la chica del colega que cogieron el otro día con dos kilos.
--¿Tú escribes novelas? --me pregunta.
--A veces.
Me dice que se acuerda de mí de San Andrés. Entretengo la mirada en las rodillas de la otra.
--Y es pintor --dice el Jaraba.
Bueno, ahí queda la información.

A primera hora de la tarde bajo caminando hasta Muelle Norte. Allí vive la mujer con quien quedé. Me pasa a la cocina, me hace preguntas prácticas. Si yo tengo un sueldo, cuánto le voy a cobrar. Y luego otras preguntas. Curioso que me lleve bien ahora con la que tuve una bronca in illo tempore. Y lo mal que estoy con la directora de teatro. Ya estaré bien, pienso. Pero por lo pronto haz un café y dame un vaso de agua. Me lo da. Luego me pasa a la sala para que vea su colección de cuadros. No están mal. Me presenta al marido, un coronel moribundo.

Voy a Ibrahim por la noche. Animado ambiente. Discuten de una comuna en La Gomera donde el gurú tenía derecho de pernada. El cazador Esteban también dice lo suyo pero nadie le hace caso. Llega el Puñalada, sin su hembra, afeitado. Parece otro. La vecina galana me mira con intensidad. ¿Debo matar a su marido? No estoy para eso. Además, el hombre me cae bien.
La noche sigue. Detrás del limonero hay una sombra.

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