domingo, 28 de julio de 2019

en las mil y una noche

He podido saber que en la antigüedad de los tiempos y en el rico país de Kaledán había un rey llamado Schahramán. Tenía ejércitos y riquezas considerables, y era feliz con sus setenta favoritas, sin contar a sus cuatro esposas legítimas, pero también sufría porque era estéril y no había podido tener descendencia. Alá no le había dotado de un hijo que heredara el trono. Un día decidió poner a su gran visir al corriente de su secreta pena.
--Mi buen visir, no sé por qué soy estéril pero estoy sufriendo. Soy ya viejo y no he dado frutos.
El visir reflexionó una hora y a la hora levantó la cabeza y dijo:
--Rey, la cosa es muy delicada y eso sólo lo puede resolver Alá. A pesar de haber meditado mucho, yo sólo encuentro una cosa que podría remediarlo.
--¿Qué cosa es esa?
--Verás, esta noche antes de entrar en el harén haz tus abluciones con fervor  e invoca con humildad al señor de la fecundidad, diciendo

Fecundador,
padre de las fuentes vivas,
padre de los que viven,
haz que mi semilla
sea bendita

y así tu unión con una de las selectas será fertilizada por la bendición.

Oyó esto el rey y exclamó:
--Visir, esas son palabras prudentes. Me has indicado un remedio admirable.
Y en agradecimiento le regaló una vestidura muy lujosa. Luego, de noche, después de cumplir el rito minuciosamente, entró en la cámara de las mujeres y escogió a la más joven. Al cabo de nueve meses, ella parió un niño varón en medio de un regocijo de clarinetes, címbalos y pífanos. El niño era tan bello, tan parecido a la luna, que su maravillado padre le puso por nombre Kamaralzamán (Rey del Tiempo). Su belleza llegó al delirio cuando cumplió los quince años. Sus ojos fueron más mágicos que los ángeles Harut y Marut, su mirada más seductora que la de Tagut y sus mejillas más placenteras que las anémonas. Su talle era más flexible que la caña de bambú y más fino que una hebra de seda. Su grupa era tan movible y encantadora que los ruiseñores al verla se ponían a cantar.
El rey Schahramán amaba mucho a su hijo, no podía separarse de él ni un instante. Y no quería irse de este mundo sin verlo casado. Un día esta idea le preocupaba más que de costumbre y le dijo al jefe de los eunucos:
--Vete enseguida y dile a mi hijo que venga a hablar conmigo.
Nada más el eunuco transmitirle la orden, Kamaralzamán se presentó a su padre. Se detuvo ante él, le deseó la paz y bajó los ojos, como corresponde hacer a un buen hijo,

En este momento, Scherezada vio aparecer la mañana.


No hay comentarios: