domingo, 7 de julio de 2019

yo que culpa tengo
si quiero cogerte
que llevo seis años
castigo latente

castidad forzada,
una mala bruja
me lanzó coruja
al fondo del agua

Castigo que tengo
castigo de yo,
castigo que tuvo
el santo de Job

Quiera san Pedro
sacarme del pozo
donde estoy metido
sin gloria ni gozo

O sácame tú,
sabia señora,
que teje las horas
del color azul

Qué culpa tengo
si quiero cogerte
del monte más alto
la flor de la suerte.

*
Iba a escribir, a copiar, un poema de Evelia Santana, del libro Sombras de caleidoscopio que se presentó ayer en la MAC. Pero me acordé de mi amiga que contó lo de una mujer de buen vivir que va a ser vecina suya. Una historia para un cuento. Acabo de leer el de Truman Capote. Una maravilla. Los abusos son contados como parte de la vida. En ningún momento hay un juicio de valor. En ningún momento hay una queja. El cuento es de una niña que llega al pueblo y seduce a todo dios.
Alguno le asombra que hable bien de su padre que está en la cárcel por criminal. Lo más que le gusta es danzar. Saca el gramófono al patio y la escena parece una caja de muñeca. Tiene a dos enamorados. Dos niños de once años cada uno. Ella tiene diez. Trabajan para ella. Una vez le dicen que se decida ya, que a cuál quiere de novio. Y ella dijo que a ninguno, que no se puede mezclar los negocios con el amor, y ella lo que tenía con ellos era un trato comercial. Es una niña de armas tomar. Una vez que los dos chicos estaban abusando de una negrita ella intervino para advertirles que los caballeros no se comportan asi. Y se hizo íntima amiga de la niña que defendió, tanto que la metió en su casa a vivir. De noche no podían dormir por el aullido de algunos perros. Salieron ellas dos a la calle, una identificaba al perro que era aullador y la otra le pegaba una pedrada a la cabeza, entre los ojos. No cuento el final. Es muy triste.

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