martes, 9 de julio de 2019

El juego del universo es más complicado, y más sencillo. Ahí no hay rechazo sino absorción. La humildad nace de la conciencia de la absorción. No puedes hacer nada. Sólo, si lo logras, no darte la mínima importancia y que la absorción te escupa fuera de sus dominios. Lo digo por el cuadro que puse hoy en el muro de facebook. Es un cuadro mágico. Tiene poder. El poder de destruir a mi enemigo. Será un placer verlo morder el polvo. El poder de señalar el camino a mi amiga no lo tiene. No todo es posible.

El otro día --ya lo conté-- cuando quedé con mi amiga para ir al recital (frustrado recital) la vi en el lugar de encuentro hablando con mi enemigo. Enemigo de cartón piedra pero no menos peligroso. Me desagradó la imagen de verlos juntos. Intuí que el hecho no iba a quedar ahí. El gran sátiro iba a hacer su acto de último mohicano. Su ultimo engaño. Y ella se dejaría engañar. Como la mujer que --in illo tempore-- abandoné una triste mañana con los bolsillos llenos de blues. La historia se repite y es un escarnio la repetición de la historia. No será un príncipe azul quién la despierte --como deseaba-- sino un charlatán mentiroso. La realidad la inundará. No podrá volver a sus fantasías. O sí. Volverá y ya no habrá retorno.

Como no hubo para la otra muchacha de otro tiempo. La devoró la fatalidad. A mí también. La de ella fue la fatalidad de la caída. La mía la de la elevación, el poder de destruir a mi enemigo pero no el poder de  reconstruir a mi amiga. El fondo de la noche los aguarda. Me toca esperar. Mientras, la absorción continúa.
 

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