sábado, 6 de julio de 2019

Dos rones no dan para una borrachera. Sólo calentar la sangre y que te den ganas de hembra. ¿Es eso malo? Pues que venga lo malo. Borracheras eran con una mujer uruguaya en otros tiempos. La conocí en una barra americana. Nos caímos en gracia y nos hicimos amigos. Recorrimos ebrios como cabras el barranco Santos varias noches follando bajo los puentes. Borracheras eran también las del viejo cónsul inglés de Bajo el volcán. Si quieres conocer a un borracho especial, un místico del mezcal, lee esa novela de Lowry, uno de los más grandes novelistas de la historia de la literatura. Barroco, sí, pero no como Carpentier. Un barroquismo de otro calibre el de Lowry. Lo que no es nada barroco es el cuento de Truman Capote que tenemos ahora en el club de lectura. La maravillosa sencillez. Un uso exquisito de la primera persona, de quien cuenta la historia, un testigo de la urdimbre del cuento, con mínimas intervenciones en el argumento.
Sara es de quien quería hablar, por si la escritura tiene la magia de borrar, como manda don Juan Matus, la historia personal. Hacerla común, si cabe, y que deje de ser propia. Sara, la mujer uruguaya. Desde La Palma me mandaba cartas donde me contaba avatares de su oficio. Clientes que trabajaban en las plataneras y acudían a la cantina donde con las barrigas sudorosas y abombadas y con grumo de plátano los machetes... Ay Sara, te contesté en una que no me escribieses más. Qué error el mío. Esto sí que estuvo mal. Muy mal.


No hay comentarios: