miércoles, 10 de julio de 2019

--Tú y yo hemos tenido una bronca muy fuerte, y sé cómo se la tomó el grupo porque ... es una lengüina y me lo cuenta todo. Pero ahora que te he conocido, me caes estupendamente.

En esto llegó la guagua a la parada cerca del antiguo cine Greco, hoy edificio cerrado. La señora tiene culo grande. En el rato que bajamos juntos, que me contó de todo y afablemente me tocaba, recordé dos refranes. "Sandía grande no se la come uno solo" y "cuando una mujer te toca no es inocente". Bueno, la verdad es que a mí no me disgusta la sandía, y una mujer casada tiene la ventaja, a menos que se enamore, de dejar tranquilo a quien se la coma. El marido es lo primero. No le pregunté por el apetito del marido.

Eso fue por la tarde. Por la mañana, a instancias de mi hermana, viajé a Barrio Chino. 911 en el carrito de Valentina y 910 en Muelle Norte. Después de comer, albóndigas muy buenas y un vino blanco gallego, fui a ver a Xam; me llamó desde el bar Castillo y bajé. Vi al hermano. Hacía tiempo.
--¿Sigues preso?
Sí, en régimen abierto.
--A ver cuando publicas esa novela. ¿Salgo yo?
--Tú no, pero tu hermano sí. Bueno, un personaje inspirado en él, que no es lo mismo.
Se quejó de su suerte. No aparecía en la novela.
--Los que nos buscamos la vida nunca llegaremos a nada --dijo, caminando hacia la casa de Xam.
--Nunca se sabe. Algo inesperado y a lo mejor mañana somos ricos.
--Yo lo más inesperado que me he encontrado son cinco euros. Debajo de una piedra en la playa.

Cuenta que paseaba por la playa, vio la piedra y le pareció tan bonita que quiso llevarla a su casa. Cuando la levantó había cinco euros debajo. Cogió los cinco euros y se olvidó de la piedra. Me recuerda que por piedras en la playa, allí lo atrapó la Justicia. No digo nada. Hay chistes inoportunos.
Él se va con un colega y Xam me cuenta que ya no va por el Acapulco porque ayer...

--Buf, que un gomero sospeche que te quedas con un céntimo, estás garantizado.

Sigue haciéndome el cuento de ayer hasta que llegamos hasta la puerta del Acapulco.
--No le vayas a decir nada a Gernin, tú como si no supieras nada.

Nada más entrar, Gernin sale de la cocina y se acerca a la barra. Saludo de rigor y

--¿sabes lo que me hizo éste ayer? --y cuenta lo mismo pero con connotaciones distintas.

Su hermana, también de negro barman, subida en una banqueta busca la botella de Aldea por encima de las calaveras de tequila, todas de cristal transparente menos una, de madera pintada.
--Ahora el chupito de Aldea es más caro, Jesús.
--Te puedo pagar con versos.

Bueno, es la hora de volver. El club de lectura espera y mi cuñado Wam nos lleva hasta el parque La Granja.
Ambiente un poco tenso. Me siento al lado de la que motivó mi desacuerdo. Así la controlo de cerca. Sé que va a intervenir. Tenía preparado preguntar si los autores canarios de cierta altura están vedados por algún petit comité que se salta la votación a la torera y prostituye la democracia. Con razón un astrólogo me aseguró una vez que yo era mejor político que escritor. Pero como no soy político, evité la demagogia personalista e hice una pregunta impersonal: si la votación había servido para algo. Pregunta retórica. Sabes la respuesta que te van a dar. La das por buena y... pero María la jefa del club añadió una puntilla:
--1280 almas no estaba previsto leerla y la leímos porque tú la pediste.
--No te quejarás --dijo la mujer que estaba al lado mío, sin tocarme, mirándome de reojo...
--Eso fue una petición antes de las votaciones, y agradecí y ustedes agradecieron, porque les gustó leer esa novela, menos tú que no la leíste...
--yo sí la leí, y me gustó.
--Pero cuando hay una votación, la voluntad individual está de más, y si es secreta, más de más.

Se calló. Ella, que no fue ningún día en que discutimos sobre la novela de Jim Thompson. Sí, en su casa le echaría una hojeada, como a Cucarachas con Chanel.

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