lunes, 15 de julio de 2019

Jerez en su columna de hoy en El Día, habla del muerto de hambre rico. El ejemplo que da es el de alguien que sólo necesita saber que la nevera está llena para vivir tranquilo. En el caso de Wan, que tiene la misma raíz del que cuenta Jerez, él no vive tranquilo si no sabe que mi nevera está vacía. En fin, hay que alejarse de las emociones. Valen en una carta o incluso en un diario, pero en una novela es recomendable que el autor deje a un lado el amor o el odio y ceda al arte, a la necesidad de la danza, sin interferencias personales.
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El "caso modelo" cambia de viento. El gélido viento del Norte se va y aparece viento del Este. Más animado. Margarita responde a la segunda imagen que le mandé, foto de un segundo cuadro fabricado en uno de sus lienzos, y me manda un vídeo de una actuación teatral que es color y maravilla. Dice que el cuadro le recuerda eso que me envía. La comparación no me es nada odiosa, aunque en el cuadro la escena está menos idealizada.
Agradezco su cambio de rumbo --también me envía fotos que le pedí-- como náufrago que llega a la orilla.
fb me envía un recuerdo: el cuadro La fumadora de boliches. Es también un retrato. Los pechos, agresivos y atormentados, llaman la atención del espectador. A Pepe no le agradó que le pusiese después una malla para cubrirle el tórax; no lo hice por evitar la obscenidad --como me aconseja Elena-- sino para llevar la atención al rostro de la mujer, a su angustia serenada con la droga. Mogdiliani me persigue.
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Obras en el barrio. Andamios en los edificios de enfrente. Raspan por fuera. La calle se llena de polvo de pintura y cal. Ventanas cerradas.

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El trabajo de anoche tuvo frutos. Resolví mejor los cuentos de Injertos. El cuento vulgar no tiene reparos en juntarse con el cuento culto, pero el culto no lo deja si por lo menos no se ducha y se adecenta un poco. Pero si lo hace y oye la música de palacio, es capaz de llevarse la polca a su terreno, hacer valer su naturaleza sincera frente a la domesticada civilización. El autor que elegí como veta elevada, es Borges. Uno de los cuentos está en la línea del Aleph. Quizá esté en el mismo libro. El otro, sin dejar de sostenerse en su metafísica, es más callejero, más cercano al romanticismo de Carriego y a la épica de José Hernández. El cuento de kiosco que baila con el primero de Borges, es el de una mujer que repudia al marido y el marido recurre a su hermano, el cuñado de ella, para que lo ayude a solucionar el repudio. El otro es el de una joven a la que una fotógrafa artista invita a una acción fotográfica.
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Leo la entrevista de Chaves a Paulino. Mejor no hablo de política. Ya hablo demasiado. Más de lo prudente. Sé prudente, Jesús --me aconsejó una vez Alicia, señora gentil, frasco de buen espíritu. 

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