jueves, 11 de julio de 2019

Días de miel. Lo inesperado. Dos señoras, ricas, de la alta burguesía, se pelean porque les haga un retrato. Cada una reclama su derecho a ser la primera. Ni sé qué decir. En estos casos ¿qué digo yo? ¿Las dejo que se peleen y quien gane será merecedora del retrato? La pintora Tamara de Lempicka no quiso sino tener clientes de alcurnia, que son los que dan la fama y el dinero. Picasso supo lidiar con la alta burguesía. Modigliani, con la cabeza menos fría, no pudo y la mandó a tomar por saco. No se hizo rico. Truman Capote se ganó a la alta sociedad neoyorkina, hasta que escribió sobre la alta sociedad por dentro y le cerraron las puertas de sus mansiones.  Arrabal, en la comparación que hace entre El Greco y Velázquez, al de Toledo lo pone como un inadaptado y rechazado por la alta sociedad y a Velázquez todo lo contrario. Pero a Velázquez, añado yo, la alta sociedad le molestó poco, al contrario, para lograr la pintura que él quería. En fin, un par de veces en la vida se me abrieron puertas de nogal y de roble, pero no entré porque tuve miedo --ya he hablado del miedo-- al éxito. Hoy no le tengo miedo al éxito, aunque procuro recordar el cuento de la lechera y aplicarme el cuento, por si acaso se me va la cabeza. Hoy lo que tengo son latigazos de vejez, aprendizaje pero a costa de incómodas limitaciones. En fin, seguimos en la brecha. Y las señoras me caen bien, son buenas conversadoras, y tiene cada una un atractivo especial. Las podría pintar de memoria. Esto me lo callo. La presencia y la figura es mejor. A ver si se ponen de acuerdo y arreglamos el negocio como es debido. Al negocio lo que es del negocio y al arte lo que es del arte.


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