martes, 18 de mayo de 2021

Hay a quienes uno quiere en lo profundo, hay a quien uno quiere en lo superficial, y otros a quienes uno quiere ver lo más lejos mejor. 

A quien quieres ver lejos es porque es dueño de ti; no sólo es tu reflejo sino que te domina, porque en lo que tú has fracasado el otro ha tenido éxito. El odio es la arena con que se apaga a la envidia. El envidioso se hace daño a sí mismo, provoca su mala salud (los pecados capitales debían llamarse pecados que ocasionan mala salud). El odio no es un pecado capital (ni tiene que ver con la ira; es padre de la venganza, cocina en frío). No ocasiona mala salud si se aprende el arte de la paciencia. No importa que quien me molesta esté cerca o no. No pocas veces, es peor tenerlo lejos, al individuo. Su acción odiosa trasciende la solidez de los cuerpos. Su odio no cesa, ni el tuyo. La regla, la estrategia para vencer a quien te odia es que dejes de odiarlo. No para amarlo, por dios, eso tampoco. A menos que seas masoquista espiritual y te deleite que te den por saco continuamente.

La última entrega de José Luis García Martín comienza con estas palabras: El daño que pueden hacernos los enemigos es insignificante comparado con el que puede hacernos la gente que amamos. ... El odio de los enemigos no deja cicatrices. El fuego amigo me ha hundido estos días en la miseria y cualquier día puede llevarme por delante. 

Él puede decir que sus adversarios no le han dejado cicatrices porque sus enemigos son poetillas de cuyos versos se ha burlado, o peor aún, a los que nunca ha tenido en cuenta, o colegas a los que ha puesto reparos.

(Uno de esos colegas es Gamoneda. Su crítica está recogida en Vertical, en la voz del personaje Merlín.)

Sí, con enemigos así, peor daño es el que te hacen los amigos. O el que tú le haces a ellos; no te des por libre de culpa. 

*

Toca en la puerta el Buho. Siempre toca para ofrecerme algo. Como sabe que pinto, me trae cosas de artistas, que no sé de dónde saca. Afuera habla Nico con el cuñado, de historias pasadas en el antiguo Balneario. Cómo se colaban. Cómo algunos se ahogaron. Pedro cuenta cómo se encontró una cadena y una medalla de la Virgen de Candelaria, oro macizo, y Jely sale por su puerta y me dice que se están secando las margaritas. Le dijo que no, que se secan unas flores para que salgan otras nuevas. Hay que quitar las secas con unas tijeras. Lo hago. Nico en la ventana, asomando medio cuerpo. Me dan ganas de preguntarle qué hace ahí, cuando debería estar con la cabeza entre los rosales. Anochece.

Thuy me llama. Hablamos. Quiere traducir al vietnamita la novela de José Ramallo, una de Juan Royo y otra mía. No estaría mal. Tiempo al tiempo. Igual que el odio, la ilusión debe caminar con pies de plomo. El libro de Belén está al llegar. Ojalá no tarde. 


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