Madre, ¿Por qué me diste a luz?
Más te hubiera valido parir un cochino negro
y celebrarlo en la matanza después de la cosecha,
adobado con tomillo, orégano y romero,
asado en leña de brezo.
Hubiera alegrado corazones,
fortalecido cuerpos que engendraran
otros cochinos y perdices.
Tal vez un libertador, un tirano
que supiese poner las cosas en sus sitio,
a los cantores en jaulas y a los silenciosos en conventos,
a las mujeres fértiles en manos de soldados
que enseñasen a los hijos el arte de la guerra,
a cazar las morenas en la costa de Igueste
y a adiestrar los hurones en los barrancos de Anaga.
Todo lo hiciste bien, fuiste valerosa, diestra y astuta,
supiste dar a los pobres y robar a los ricos,
hiciste a los hombres besar tus pies antes de amarte
y a las mujeres que se pusieron a tu sombra
enseñaste el arte de tejer la vida.
Todo lo hiciste bien, todo menos esto.
Este hijo. Dios te lo haya perdonado.
A mí me cuesta, pero debo hacerlo.
Pagar con el perdón tu delito,
esa falsa moneda de los miserables.
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