miércoles, 18 de julio de 2018

A la doctora de cabecera lo único que me dan ganas es estrujarla, y como no puedo estrujarla, me porto con paciencia. Sólo iba para que me actualizara la receta de un medicamento.
Otra vez me preguntó qué tal con la reumatóloga.
--Muy bien.
No había caído hasta hoy que está celosa de la especialista.
--Señor, no basta con lo que le diga la reumatóloga. Yo tengo que verle lo que ella no ve: el corazón, los riñones... y la próstata...
--Quítame el señor, mujer; soy viejo pero todavía no he llegado a eso, y no creo...
--... ¿sabe usted cómo tiene la próstata?
--Con ganas de mujer.
--Lo siento, yo no le puedo recetar mujeres.
No le sugerí que, siendo ella la doctora, también podía ser la medicina. No se me ocurrió. Sufro retrasos mentales.
Me dio dos copias de la receta.
--¿Y esto? ¿Para qué quiero dos copias?
--Las dos copias están relacionadas, una va con la otra.
--Pero es que son iguales.
--Déjame ver... sí, es verdad, esta la rompemos... y cuando vaya a la reumatóloga, después pide hora para verme a mí. ¿De acuerdo?
¿Qué le iba a decir? Sí, de acuerdo. Y me fui.

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